Filosofía

Somos Javier Díez, diseñador industrial, y José Luis Díez, interiorista, dos hermanos que formamos el estudio madrileño los díez; nos dedicamos al diseño de producto y hemos creado entre otros proyectos pictogramas esenciales, tazas tímidas, librerías invisibles, bancos lentos, magdalenas con memoria interna, luces embaladas, botijos para el nuevo siglo, contenedores de recuerdos, trozos de mar petrificados, muebles tan serviciales como C. C. Baxter, alfombras que dan vértigo y un largo etcétera.

Nos gustaría trabajar para MUJI o para IKEA; nos gusta diseñar para la gente, para que cuando compre y use nuestros diseños lo haga por que les gusta o les son útiles, porque aportan algo a su vida, no porque estén comprando un “díez+díez”.

También nos gustaría diseñar un café donde se citasen los enamorados, o un hotel donde se viviesen existencias paralelas, o una escenografía donde lo visible sea más misterioso que lo invisible; nos apetece dar el salto del relato a la novela.

Trabajamos esencialmente con conceptos, con ideas, con pensamientos y utilizamos las formas como mera herramienta para que aquellos se manifiesten, pero haciéndolo en un suave susurro, no pretendemos que nuestros objetos hablen y mucho menos que griten; quién quiera escucharlos tendrá que acercarse mucho a ellos.

Nos gusta trabajar con ideas como pragmatismo, reflexión, concepto, ilusión, palabra, búsqueda, pensamiento, azar, poesía, crítica, curiosidad…

Empleamos como base de nuestro trabajo lo que ha venido en llamarse transversalidad, esto es, nos apoyamos o utilizamos como punto de partida para nuestro trabajo campos diversos de la creación como puedan ser la filosofía, el cine o la poesía; nos aburre y nos satura el mundo del diseño, preferimos encontrar, o mejor aún, buscar la inspiración en la propia vida.

Nos gusta identificarnos con una cruz que signifique, suma, encuentro de lo pragmático (lo horizontal) con lo idealista (lo vertical), signo, transversalidad, sinapsis, cortocircuito, mestizaje…

No nos interesan ni los premios, ni las exposiciones, ni las portadas de las revistas, ni que nuestras piezas acaben en los museos, bueno, mejor dicho, no nos interesa nada de todo esto como fin en si mismo; nos interesa como medio para que mas fabricantes confíen en nuestro trabajo y con ello llegar a mas gente, en definitiva nuestro objetivo fundamental, y con ello ¿hacerles más felices?, nos gustaría.

No entendemos, o si, lo entendemos pero no nos gusta, el diseño como plúmbeo mercadeo mediático, más cercano al peor Hollywood que a un oficio que pretende hacer, en la medida de sus posibilidades, un mundo mejor; creemos que hay que ser muy modestos para acercarse a las personas y  pretender que nuestros productos entren en sus vidas, en sus casas, en sus oficinas, en sus ciudades; creemos que no deberían ser necesarios los flashes y el papel couche para diseñar la taza en la que, una lluviosa tarde de otoño, alguien, sentado en una silla que también has creado, bebe su te favorito mientras piensa en sus cosas; entendemos que tal como dijo Leopardo, “el mayor saber estaba en haberte dado cuenta de que lo que estabas buscando ya existía”.

Queremos que nuestros diseños tengan estilo, no un estilo; no pretendemos proyectarnos en lo que hacemos y acabar haciendo que una mesa tenga los mismos tics estilísticos que un sacacorchos; no somos artistas, somos diseñadores, pretendemos dar respuestas, no plantear preguntas.

Nos gusta definirnos como diseñadores de los días laborables; dejamos, como dijo Baudelaire, al arte a “los domingos de la vida”; en definitiva y como dijo Jean Renoir, “el arte no es sino la manera de desarrollar un oficio”, preferimos buscar el arte en la manera de hacer y no en los resultados del mismo.

Preferimos vender un millón de objetos de un euro, antes que un objeto de un millón de euros.

No nos gusta que nos llamen minimalistas, preferimos el término de esenciales; no diseñamos desde fuera, desde la forma, hacia el interior, y por lo tanto no seguimos un proceso que vaya simplificando y despojando al objeto de sus cualidades dejándolo muchas veces reducido a un esquelético cliché formal; diseñamos desde dentro, el proyecto lo marca el propio objeto que tenemos entre manos, buscamos lo que de esencial contiene; supongo que si algún día nos topamos con un encargo cuya esencia sea barroca, acabaremos diseñando un objeto recargado o ampuloso, pero nunca lo haremos porque lo manden las modas o las tendencias.

En definitiva concebimos el diseño como una actividad vivencial, implicada en la vida, y que al igual que hace Berger con la escritura, sea manifestación de la experiencia; creemos que el diseño es un oficio que requiere sobre todo curiosidad, mucha curiosidad y capacidad de crítica, y por encima de todo autocrítica, ya que en definitiva nosotros somos compradores y usuarios antes que diseñadores; nunca podríamos diseñar algo que no compraríamos para nosotros mismos.