La calle: Gritos y susurros en el espacio público

El espacio urbano

Antes de hablar del objeto de mi trabajo como diseñador industrial, en este caso centrándome en el mobiliario urbano, quisiera realizar un análisis del ámbito en el que dicho objeto cobrará sentido, esto es, en el espacio público.

Este espacio público, fundamentalmente urbano, adquiere hoy por hoy una condición preocupante, sobre todo en las grandes ciudades; es en ellas donde la esencia de lo público y por extensión de lo común y si queremos ir más allá, de lo democrático, se encuentra, simplemente, en vías de extinción; ante la amenaza de la incontinencia invasiva del tráfico rodado de uso privado, las ansias especulativas y fagocitadoras del sector inmobiliario o la simple incapacidad de las administraciones para definir o fomentar un modelo de ciudad, y yendo más allá, un modelo de vivienda, acorde con las nuevas condiciones y retos, sin repetir fórmulas y patrones decimonónicas de ciudad burguesa.

Es este lamentable escenario el que el ciudadano, repito, fundamentalmente urbano, encuentra para desarrollar una propuesta de encuentro, de ocio, de disfrute más allá del espacio privado e íntimo de lo doméstico; es este escenario saturado de cacofonías orquestadas por el tráfico, el consumismo, la prisa, la invertebración de los elementos que deberían articular dicho espacio, como son la calle, la plaza, el parque, etc., etc., lo que lleva al ciudadano a la estampida finisemanal y atropellada en busca de los horizontes vírgenes y no urbanizados, aún, que le proporciona el mar, a buscar refugio en los grandes centros comerciales que nos proporcionan un auténtico ocio de invernadero, un ocio donde desde la iluminación hasta la temperatura, pasando por la seguridad o los recorridos están absolutamente garantizados, o bien la inmersión en el zapping historicista o geográfico que nos proporcionan los parques temáticos.

A partir de esta situación, el ciudadano consciente, debería comenzar a plantearse, y por lo tanto a exigir, aunque reconozcámoslo, de una manera un tanto ingenua,  al igual que hace con una vivienda digna, un espacio público digno, y de la misma forma que a ningún trabajador se le niega el disfrute de su tiempo libre, tampoco habría de negársele el derecho al disfrute de su espacio libre. Porque debemos darnos cuenta que ese espacio público, que en definitiva es usado privadamente o al menos individualmente, ya sea por medio del paseo, de la lectura, etc., se está convirtiendo en el ámbito de socialización y de relación para grandes sectores de la población (ancianos, inmigrantes, jóvenes, indigentes...) que hacen de la calle su cuarto de estar, e incluso mucho más, de ser.

El mobiliario

Establecido el marco físico y sus circunstancias actuales, es cuando paso a analizar nuestra tarea, hablo en plural por considerarme miembro de un estudio, díez+díez diseño, a la hora de abordar la definición de un elemento de mobiliario urbano.

El primer condicionante que guía nuestro trabajo es el de considerar el mobiliario urbano un producto “impuesto”, en el sentido de que el usuario final no tiene la posibilidad de elección y uso del mismo, más allá de la elección de un determinado espacio (parque, plaza, calle) condicionado por su “amueblamiento”; ello hace que en estos trabajos añadamos una dosis suplementaria de responsabilidad, frente a otros diseños, por ejemplo los destinados al ámbito doméstico, donde contamos, no sé si de una manera bastante ingenua, con el factor crítico del comprador/usuario.

Superado o, mejor dicho, asimilado este nivel de autoexigencia, nuestro objetivo, más allá de la consideración de factores de comodidad, mantenimiento, seguridad, etc., que se dan por hecho, es generar objetos que no se sumen a esa cacofonía polifónica de la que he hablado anteriormente.

Para ello, y asumiendo que cualquier objeto es continente de mensajes, de connotaciones tanto implícitas como explícitas, de que de alguna manera nos significan a nosotros mismos en la elección, o rechazo, y uso que de ellos hacemos, nuestra intención es que nuestros diseños hablen, digan cosas, pero en voz, muy, muy baja, prácticamente en un susurro, de tal forma que quien quiera escucharlos tenga que acercarse de una manera premeditada a ellos.

Habitualmente cuando proyectamos, venimos utilizando un concepto que hemos denominado transversalidad; por transversalidad, entendemos ese juego de cruces, interferencias, cortocircuitos entre conceptos provenientes de campos diversos como el arte, la literatura y que nos sirven para articular ese alma, ese armazón conceptual alrededor del que desarrollamos posteriormente el proceso de definición formal de diseño.

Un banco silencioso

Me centraré en el caso concreto del banco Godot; éste surgió a partir del autoencargo de generar un elemento de mobiliario urbano que pudiese incorporarse de una manera completamente coherente y natural a la escenografía de la conocida obra teatral “Esperando a Godot” de la que toma su nombre.

Basándonos en la descripción que el autor existencialista Samuel Beckett hace de dicha escenografía al comienzo del primer acto: Camino en el campo, con árbol, comenzamos nuestro trabajo proyectual; a partir de la lectura de la obra y del acercamiento a la figura y el pensamiento de su creador, fuimos generando una serie de líneas argumentales que poco a poco fueron decantándose en dos posibles líneas de trabajo; por una parte encontramos una posible vía de actuación en la relación bipolar, y pivotante alrededor de la centralidad definida por el árbol, entre los dos personajes protagonistas, Vladimir y Estragón, y por otra la que provenía del concepto de espera; la fusión vectorial de ambas líneas conceptuales, a su vez resultante del entramado de otras como dualidad, lentitud, verticalidad, nodo, silencio, etc. generaron algo así como lo que en el mundo del modelado se conoce como alma; dicho alma, realizado generalmente en alambre o varilla metálica, actuando como estructura vertebradora permite el modelado en arcilla de modelos cuya estructuración sería imposible utilizando únicamente dicho material.

Este proceso de decantación conceptual y nominalista se convierte en una auténtica herramienta, que nos ayuda a rechazar automáticamente aquellas formulaciones formales que en su confrontación con dicho armazón no encuentran una conexión o justificación directa con aquélla; por decirlo de otra manera, son los conceptos los que seleccionan las formas a emplear en la definición formal de nuestros diseños, o en definitiva, que para nosotros es anterior y fundamental la idea a la forma.

La descripción sintetizada que acabo de hacer del proceso de creación del banco Godot tiene una justificación; quiero hacer ver que a nosotros no nos interesa hacer patente, sobre todo en el ámbito urbano, por las condiciones de imposición de las que he hablado anteriormente, todo el contenido conceptual que encierra, no nos interesa que nuestros diseños griten a los cuatro vientos las connotaciones ideológicas, filosóficas o simplemente artísticas que puedan contener. Pretendemos que nuestros diseños cumplan ante todo la función para la que fueron creados, y si posteriormente a esa misión cumplida alguien quiere ver en ellos “algo más” tenga que tomarse la molestia de acercarse, porque nuestros diseños susurran, susurran muy bajo.

Catalizador de espacio y tiempo

Godot no nace de la consideración del banco como elemento que pauta y modula el itinerario reticular de lo que podría ser el recorrido azaroso a lo largo del paisaje rural al estilo de Walser o del ámbito urbano al modo del flâneur tradicional ya sea en la vertiente anárquica de Hessel o en la metódica y analítica de Benjamin.

Godot surge de la consideración de cada banco como generador de una centralidad espacial y paisajística aislada, que convierte a cada asiento en lo que se podría definir como una instalación ad hoc; con Godot creamos espacios de quietud; al Godot no se llega, del Godot no se va, en el Godot se está, se es.

Toda la filosofía que ha guiado la creación de Godot parte del concepto de la  espera, pero no de una espera acotada, limitada por un antes o un después; se trata de una espera interior, un estado de suspensión del tránsito y el vértigo cotidiano.

Fue la existencia de ese árbol aislado (“Camino en el campo, con árbol”) la que desde los primeros momentos, y reforzando el concepto nodal y no lineal de la disposición del banco que queríamos, comenzó a dibujar a Godot; el resultado es un simple prisma partido en sendas piezas, horadadas  cada una de ellas en uno de sus extremos por un hueco semicircular que abrazan, al unirse, a un elemento tan atemporal como es el árbol, símbolo de permanencia; creamos en definitiva un banco lento, un banco que gira alrededor de la lenta sombra que día tras día se proyecta cadenciosa a su alrededor; la idea de lentitud  se ve reforzada por la elección del hormigón como material para su realización y que a su vez convierte a Godot en pedestal, en basamento de lo que podría ser una instalación de land-art donde el protagonista es el árbol.

Concebimos el espacio urbano como un ámbito de encuentros casuales, de citas esperadas, de pensamientos azarosos hallados sin buscar; un espacio a modo de mirador de tiempos pretéritos y a la vez cotidianos, o de atalaya de sueños proyectados en el horizonte; un lugar donde compartir soledades o explorar descubrimientos lúdicos; un entorno con islas de quietud para el descanso del caminante o del lector, otro viajero en definitiva. Queremos plazas donde se encuentren los recién llegados y calles donde los que ya estaban descubran otros mundos. Por ello pensamos que Godot es un banco lento, ligado íntimamente a un elemento tan intemporal como lo es el árbol, a cuya sombra esperamos, no se sabe bien a quién ó qué, ¿a los otros, a ella, a él, a nosotros mismos?