Del placer de leer... y algo más

Hace algunos años descubrí que al placer onanista de la lectura, podía añadirse por el mismo precio un acto que potenciaba los efectos perniciosamente placenteros del primero, con el añadido estimulante de tener que realizarse necesariamente en compañía; se trataba de hablar de libros y lecturas.

Unos años después descubrí que este placer podía alcanzar un grado superlativo aún mayor, quiero pensar que incluso pecaminoso, cuando tu interlocutor era tu librero de cabecera; era él, el que entre el marasmo de novedades te recomendaba ese libro que pareciera escrito expresamente para ti, el que te hablaba de libros por venir y que tu paladeabas por anticipado, el que con cuatro apuntes dispersos tomados al vuelo sabía lo que buscabas, el que sabía recomendarte, con un toque erudito que en todo caso tu agradecías eternamente, esa edición exacta y preferible; ese librero con el que puedes pasarte charlando toda una tarde, preferiblemente lluviosa, aunque salgas de la librería con las manos vacías, y sin embargo un poco más sabio; es ese librero al que te diriges ansioso con la esperanza de pillarle en el renuncio de un descubrimiento que tú has realizado y él desconoce.

Por desgracia esta figura del pequeño librero está en vías de extinción en detrimento de los empleados de los grandes supermercados del libro a los que o bien te diriges con el dato exacto de lo que buscas u olvídate de encontrarlo, y por supuesto no se te ocurra darles conversación, mucho menos recibirla, porque eso no está estipulado en su convenio colectivo.

Por todo esto me parece simplemente indignante la situación de Íñigo, Amelia y Carlos, tres libreros de la madrileña librería Fuentetaja, que han tenido la descabellada ocurrencia de desempolvar palabras como huelga, solidaridad, que algunos pensarán importada del polaco, y dignidad, que muchos incluso no sabrán ni deletrear.

Y todo ello por intentar resistirse desesperadamente a la vivencia de ver en lo que puede convertirse una histórica librería, reducto de progresismo y cultura viva, cuando cae en manos de personajes que ven en ésta la pátina cosmética a sus negocios inmobiliarios, y sufrir, materializado en sueldos indignos, el menosprecio de su valiosa labor cotidiana de cara al público.

Creo que o reaccionamos ya o no tendremos derecho a quejarnos el día en que la cultura se haya convertido en un simple soporte mas para un código de barras.

Solo un último inciso, librero es aquel que vende libros, no necesariamente aquel que posee una librería.