Diseño y compromiso social

Las ideas y propuestas que voy a desarrollar a continuación surgen no del análisis de planteamientos teóricos, sino desde una perspectiva eminentemente práctica, surgida a partir de la experiencia cotidiana que desde díez+díez diseño, el estudio del que formo parte, hemos desarrollado en los últimos años; a esta labor profesional dentro del ámbito del diseño de producto anteponemos una premisa fundamental, y es que somos compradores, consumidores y usuarios antes que profesionales del diseño, y por lo tanto no entendemos el fruto de nuestro trabajo desligado de planteamientos personales marcados por ciertos condicionantes sociales, incluso en el desarrollo de productos de consumo privado; tenemos muy claro que el resultado final de nuestro trabajo como diseñadores va destinado a esos compradores y usuarios finales, por encima de nuestros clientes primeros, esto es, los fabricantes, e incluso los clientes de estos (minoristas, prescriptores, etc, etc.) y por supuesto al margen de modas o tendencias.

Antes de hablar de nuestro trabajo, mucho más modesto a nivel dimensional que el de urbanistas o arquitectos, pero mucho más próximo al ciudadano precisamente por ese empleo de la escala humana, y de algunos ejemplos concretos del mismo destinados al espacio público, quisiera hacer una breve descripción del ámbito en el que el resultado de dicha labor se inscribe.

El espacio público, fundamentalmente urbano, adquiere hoy por hoy una condición preocupante, sobre todo en las grandes ciudades; es en ellas donde la esencia de lo público y por extensión de lo común y si queremos ir más allá, de lo democrático, se encuentra, simplemente, en vías de extinción; ante la amenaza de la incontinencia invasiva del tráfico rodado de uso privado, las ansias especulativas y fagocitadoras del sector inmobiliario o la simple incapacidad de las administraciones para definir o fomentar la discusión sobre nuevos modelos de ciudad, y yendo más allá, de vivienda, acorde con las nuevas condiciones y retos, sin repetir fórmulas y patrones decimonónicas de ciudad burguesa.

Es este lamentable escenario el que el ciudadano, repito, fundamentalmente urbano, encuentra para desarrollar una propuesta de encuentro, de ocio, de disfrute más allá del espacio privado e íntimo de lo doméstico; es este escenario saturado de cacofonías orquestadas por el tráfico, el consumismo, la prisa, la invertebración de los elementos que deberían articular dicho espacio, como son la calle, la plaza, el parque, etc., etc., lo que lleva al ciudadano a la estampida finisemanal y atropellada en busca de los horizontes vírgenes y no urbanizados, por el momento, que le proporciona la orilla del mar, a buscar refugio en el modelo importado de los grandes centros comerciales que nos proporcionan un auténtico ocio de invernadero, un ocio donde desde la iluminación hasta la temperatura, pasando por la seguridad o los recorridos están totalmente garantizados, o bien la inmersión en el zapping historicista o geográfico que nos suministran los parques temáticos.

Deberíamos entender que ese espacio público, que en definitiva es usado en muchos casos privadamente o al menos individualmente, ya sea por medio del paseo, de la lectura, etc., se está convirtiendo cada vez más en el ámbito de socialización y de relación para grandes sectores de la población (ancianos, inmigrantes, jóvenes, desocupados, indigentes...) que hacen de la calle su cuarto de estar, e incluso mucho más, de ser.

Es este marco espacial el que nos encontramos cuando recibimos el encargo de desarrollar nuestro trabajo para el ámbito público y más concretamente en lo que se ha venido a denominar mobiliario urbano; es en este caso cuando esas premisas de compromiso, ético si se quiere, de las que he hablado anteriormente se ven incrementadas; esto es así ya que mientras que para el diseño de productos de consumo privado o personal, presuponemos o al menos queremos pensar en un comprador crítico, responsable y libre, que elige nuestros diseños en función de necesidades o afinidades meditadas, en el ámbito público los objetos de nuestro trabajo son, por decirlo de alguna manera, “impuestos” al usuario, ya sea por una administración pública o un promotor privado; ante esta situación la única elección posible por parte del ciudadano es la de utilizar o no dichos equipamientos, la de hacer uso de determinados espacios atendiendo al “amueblamiento” de los mismos; no deberíamos olvidar que dichos equipamientos son un servicio público mas al ciudadano y no un simple elemento decorativo destinado a llenar el horror vacui de nuestras ciudades o simplemente a enmascarar sus defectos; de la misma manera el ciudadano debería acostumbrarse a ponderar dicho servicio a la hora de evaluar la gestión de las administraciones públicas correspondientes.

De esta manera, al enfrentarnos a un nuevo encargo de mobiliario urbano nuestra primera consideración, refrendada con el tiempo y sistematizada de cara a los fabricantes que requieren de nuestros servicios, es la de que ante la multitud de potenciales usuarios y usos de ese mobiliario es prácticamente imposible cubrir las necesidades de todos ellos en cada uno de los productos desarrollados; lo que pretendemos es ir cubriendo diferentes necesidades ergonómicas, proxémicas, etc, etc, con las que ir creando una especie de catálogo que permita, fundamentalmente a las administraciones públicas, dotar al espacio urbano de una amplia gama de posibilidades de uso; lo que nosotros recomendaríamos a un ayuntamiento a la hora de contratar el suministro de mobiliario urbano por ejemplo de un gran parque sería la “zonificación” del mismo y por lo tanto la utilización de elementos provenientes incluso de diferentes fabricantes, entendiendo la diversidad de actividades que se desarrollen en el mismo, pero a la vez manteniendo el equilibrio que permita no convertir nuestras ciudades en verdaderos catálogos de mobiliario urbano.

Como ejemplo particular para explicar este planteamiento paso a presentar el programa de mobiliario urbano Walden; este proyecto surge a partir del encargo realizado por una empresa, Ecoralia, dedicada a la comercialización de productos para la construcción, fabricados a partir de productos provenientes del reciclado; el objetivo propuesto fue el desarrollo de mobiliario urbano, fundamentalmente bancos, utilizando en concreto el denominado Syntal; las limitaciones derivadas del empleo de este material, únicamente obtenido por extrusión, unidas a los prejuicios en cuanto al término “diseño” por parte del cliente, así como las limitaciones tanto presupuestarias como productivas de dicho cliente, nos llevaron a proponernos la creación del programa más amplio y versátil posible. El resultado es un catálogo de 21 propuestas tipo, además de la inclusión de lo que denominamos tipología libre en la que es el cliente (administración, promotor) el que escoge la configuración deseada, con elementos de hasta 5,6m. de longitud. Lo que logra Walden es proporcionar soluciones puntuales a una amplia gama de necesidades de asiento que pueda requerir el usuario del espacio público.

Otro ejemplo desarrollado en nuestro estudio es el bolardo Haiku, producido por la empresa radicada en Ciudad Real, Tecnología & Diseño Cabanes; el objetivo que nos propusimos a la hora de definir este podríamos decir antipático elemento fue crear un objeto que colocado en la vía pública no fuese percibido únicamente como un objeto coercitivo, rotundo, totalitario y limitador, sino la de crear un elemento fluido, agradable tanto visual como táctil y hápticamente, lo que propiciase que ante el posible e inevitable choque ocasional entre bolardo y peatón, se minimizase la posibilidad de caída o el encuentro con aristas y vértices agresivos.

Por último quisiera centrarme en sendos ejemplos que explican claramente como el proceso de diseño no queda totalmente cerrado una vez que el diseñador ha cumplido su misión, sino que es cualquiera de los intermediarios que facilitan el encuentro de producto y usuario, e incluso éste último, responsable en cierta medida, para bien o para mal de la eficacia de dicho producto.

En primer lugar quisiera presentar el nefasto uso que RENFE hace, en concreto en la estación de Atocha, de un magnífico diseño; se trata de la infrautilización, con el agravante de mal ejemplo ecológico, de unas papeleras/contenedores de basuras cuyo diseño identifica perfectamente la separación de residuos por categorías pero cuya misión queda anulada por el gestor de dicho elemento al utilizarse una única bolsa de recogida.

Otro ejemplo es el de un panel indicador utilizado en los vestíbulos de algunas estaciones del Metro de Madrid. A continuación reproduzco el texto que se me publicó en el diario EL PAÍS en relación a este asunto.