La vida en la Luna

La reflexión que hacemos desde el estudio díez+díez diseño alrededor de una propuesta de la hipotética formalización de vida en la Luna reconocemos que tiene más de deseo que de una auténtica visión prospectiva.

Más allá de los condicionantes y posibilidades técnicas, científicas y económicas que un futuro más o menos próximo nos puedan deparar, nos gustaría plantear un escenario idílico y utópico, inmediatamente anterior a que la colonización del territorio lunar haya dado comienzo; un escenario en el que el único elemento con que el hombre haya roto la quietud del horizonte selenita sea un inmenso mástil en el que ondee, aunque sea de manera artificiosa, una gran bandera blanca.

Esta única bandera, más allá de constituirse en el símbolo universal de la paz y la concordia, reflejaría, o al menos así nos gustaría que sucediese, un estatus político para la Luna donde este símbolo identitario por definición de los diferentes estados se difuminase hasta alcanzar una blancura luminosa; la disolución de este elemento no sería a su vez sino un reflejo de una situación mucho más compleja y profunda como sería la desaparición, o para hablar con propiedad, del no surgimiento sobre la superficie lunar de un elemento geopolítico como es la frontera que, como heridas abiertas, tantos conflictos y dolor ha generado en la Tierra a lo largo de su historia.

Por otra parte, esa blancura se convierte en metáfora del lienzo, del folio, de la pantalla del ordenador, justo antes de que el pintor, el escritor o el proyectista, el creador en definitiva, comience a formalizar su obra sobre ellos; o dicho de otro modo, esa bandera, sobre la que no se ha trazado aún ningún elemento o signo distintivo, nos indica que nos encontramos en un territorio virgen, un territorio sobre el que podremos crear, a modo de tabula rasa, con total libertad, aplicando los conocimientos y saberes acumulados a lo largo de siglos y esperamos que habiendo aprendido, para no repetirlos, de los errores cometidos.

De esta forma, la conquista, o tal vez deberíamos decir el descubrimiento de la Luna, se nos presentaría como una segunda oportunidad que el destino nos brinda para poder izar al cielo, con la Tierra en cuarto creciente al fondo, una única bandera, la bandera del ser humano.