Cosas que aspiran a desaparecer..., para permanecer

Hay objetos que se bastan a sí mismos. Quien los crea los somete a la pública consideración con la esperanza de que esa simple confrontación produzca sentido y eso es todo. Hay objetos, en cambio, que solo producen sentido si se usan, porque quien los crea lo hace con esa determinación de origen. Son objetos para, que no se activan ni están completos a menos que el público se convierta en usuario incorporándolos a su paisaje cotidiano, momento en que, en cierto modo, desaparecen: solo tienen sentido si forman parte de un paisaje. Así, de primeras dadas, podríamos decir que la primera clase de objetos forma parte del universo del arte, mientras que los de la segunda corresponden más bien a la categoría del diseño. Un territorio para el que, antes de la fijación del significado moderno de la palabra, se empleaba el hoy en desuso pero muy descriptivo término de artes aplicadas.

También a primera vista, Javier y José Luis Díez tienen esos terrenos perfectamente roturados y siembran en los dos sin equivocarse de parcela. Por una parte, bajo la advocación díez+díez vienen desarrollando desde hace más de quince años una carrera en el ámbito del diseño industrial y de producto tan discreta como sólida. Rigurosos como son, díez+díez diseño crea objetos estrictamente correspondientes a la segunda clase, así que cuando hace un par de años decidieron romper ese límite con una serie de objetos paradójicos, punzantes, a ratos irónicos y a ratos poéticos, pero en todo caso convenientemente inutilizables, tuvieron a bien inaugurar una nueva etiqueta sucintamente denominada díez+zeíd que acoge esos otros objetos adscritos a la primera clase y que se han visto hasta ahora en dos exposiciones, una en Madrid (“Cosas”,  en la galería Mad is Mad, en 2010) y otra en Vigo (“Epigramas”, en el Espacio Sirvent, en 2011). Avispados como son también, es probable que entonces empezaran a darse cuenta de que las fronteras entre estos territorios son más deslizantes de lo que parecen, de modo que en estos momentos se adentran en la creación de una tercera marca denominada (i)NTRO diseño inclusivo y estrictamente centrada en el desafío de la usabilidad, otra vuelta de tuerca en el proceso de definir el diseño realmente necesario en los tiempos que corren.

Los objetos que integran en(ser)es son un destilado del trabajo de díez+díez a lo largo de buena parte de su trayectoria con un denominador común: concebidos nítidamente como objetos de uso, son autoencargos que materializan un proceso de investigación en el que no ha mediado la industria ni la demanda de cliente alguno. A ellos les gusta decir que son “bocetos materializados”, piezas únicas o pequeñas series que no tienen intención de seguir editando ellos mismos, lo que por sí solo justificaría ponerlos a la venta en una galería. La oferta, sin embargo, no se reduce a los coleccionistas. Quien conoce el mundo del diseño español, sabe que el perfil profesional del estudio está vinculado principalmente al ámbito del mobiliario urbano, con piezas como el multipremiado banco Godot (Escofet) o los bien conocidos Miriápodo (Cabanes), Pleamar (Gitma), Zen (mago:Urban) o Dove y Ponte (Mata), así que se trata también de mostrar a la industria su capacidad en escalas y tipologías con las que no se les asocia inmediatamente, por más que la alfombra Vértigo (Alpujarreña) o la librería horizontal Virtual (MisCeL·Lània) hace tiempo que son carne de top ten.

Estamos entonces ante objetos para, de esos cuya vocación principal es encontrar aplicación, alcanzar la condición de enseres (“utensilios, muebles, instrumentos necesarios o convenientes en una casa o para el ejercicio de una profesión”, según la aseada definición de la Real Academia Española) y desaparecer en el paisaje doméstico de cuantos más usuarios mejor si hay editor o fabricante dispuesto a ello. La desaparición es, de hecho, un tema subyacente de mucho interés cuando se habla de Javier y José Luis Díez, tan alérgicos a los retratos como a cualquier aspiración de estilo, esa inflamación. “Queremos hacer un diseño que se compre, que se viva, que la gente disfrute y no le cree más problemas que los que ya tiene; nos gusta el diseño de los días laborables, no el de los domingos y las grandes celebraciones”, decían a modo de divisa en una entrevista de 2006. La única marca de estilo de estas piezas es la limpieza, una claridad de propósito que pone en sordina la retórica y proscribe toda rebaba gestual. En algunos casos se trata de discretas prótesis que ayudan a resolver pequeños problemas cotidianos, como ordenar la biblioteca por temas aunque el formato de los libros sea muy dispar (Columna Durruti) o fabricarse un rincón confortable de lectura aislándose del entorno de forma tenue y versátil (Innisfree). En otros, de enriquecer con guiños poéticos modestas acciones habituales, como en las delicadas piezas cerámicas.

¿Pero son en realidad tan ajenos,  tan estancos, los ámbitos del objeto de arte y del objeto de uso? Obviamente, no. Y sobran los ejemplos, pero no es esa la cuestión. El verdadero reto del diseño como disciplina y como ejercicio profesional en nuestro tiempo es manejarse con la sostenibilidad. Solemos enfrentarnos a él parapetados tras fetiches de consolación como el reciclaje o la reducción del impacto ambiental de los procesos de fabricación, a menudo falsos amigos, modos de escurrirse de la pregunta clave que no es qué hacer o cómo hacerlo, sino este dilema axial y previo: hacer o no hacer. El diseño de producto está atrapado hoy en el síndrome de la pasarela, esa fatal contaminación de los mecanismos de la moda que inunda cada año las ferias de novedades tan prescindibles como imposibles de asumir por el mercado así en tiempos de crisis como de bonanza. Pero hay que hacer marca, claro: es decir, estilo. Hace ya quince años que alguien con tan poca vocación por desaparecer como Philippe Starck afirmaba paladinamente, en una conversación con Alberto Alessi y Marco Meneguzzo, que el único diseño presente verdaderamente beneficioso para el progreso de la humanidad es el de marcapasos y prótesis ortopédicas.

díez+díez han decidido enfrentarse sin paliativos a ese nudo gordiano con su anunciada dedicación al diseño inclusivo, uno de los temas verdaderamente relevantes del momento. Junto a ello –y frente a argumentos como el de reciclaje, tantas veces coartada para seguir cebando la inflación objetual–, han decidido explorar este intersticio de la activación de proyectos que, como ellos dicen, han vivido durante años en libretas y ficheros informáticos. Al cabo, el reciclaje más inteligente es explorar el valor de la permanencia, adecuar y aprovechar aquello que ya está ahí. Para entender esto de forma recta creo que es imprescindible tener en cuenta otro rasgo singular del trabajo del estudio junto a su mencionada aversión por el estilo y las modas. Cuando hace un par de años le pregunté a Michele De Lucchi por las pequeñas microarquitecturas de madera talladas con sus propias manos que exponía en Barcelona en relación con su producción netamente industrial para grandes compañías, me decía lo siguiente: “El diseño es una disciplina cultural con vida propia que hay que cultivar. Igual que hay libros escritos no para los lectores, sino para influir en la literatura, hay un diseño destinado a cultivar el diseño: diseño para los diseñadores. No es práctico ni comercial, pero sí muy importante y útil”. Los Díez no establecen esa conexión inmediata entre sus Cosas y Epigramas y sus productos de uso porque, a diferencia de De Lucchi y de tantos diseñadores que se mueven a uno y otro lado de la frontera, su proceso de trabajo como diseñadores no se nutre del diseño mismo, sino de otros territorios no necesariamente vecinos. Por decirlo con sus propias palabras en la entrevista antes citada: “Procuramos ver el encargo desde una perspectiva transversal cruzándolo con visiones provenientes de cualquier ámbito como la poesía, el teatro, la literatura, el cine o la filosofía antes que del propio campo del diseño. Nos aburre ver bancos y más bancos si de lo que se trata es de diseñar un banco. Preferimos, como ya ha sucedido, que un banco nazca visitando Chillida-Leku o leyendo Esperando a Godot”.

Los territorios entonces están bien delimitados, sobre todo porque esa densidad de connotaciones no se hace expresa en el resultado final, de ahí esa clara limpieza a que me refería antes. Los objetos de en(ser)es ocupan, más que un lugar intermedio, una grieta, un lugar in between, diferente de los aforismos visuales a lo Brossa de sus objetos artísticos pero que, con frecuencia, participa de algún modo de su espíritu: basta ver piezas como Déjà Vu, esa magdalena proustiana de cerámica, Sumi-e, un mínimo artefacto que pone en valor el humo sutil de una barrita de incienso, o el pequeño Leo, que hace visible la librería Virtual, la más invisible de sus piezas industriales y por eso aquella de la que están más orgullosos. En esta grieta habitan propuestas de uso resueltas con esa calidad material artesana propia de las series limitadas. Volvamos a De Lucchi, que mantiene también una pequeña editora de objetos de matriz artesanal en series cortas que justifica así: “No podemos ser innovadores si no podemos experimentar, y para ello hay que tener el valor de equivocarse. En la artesanía el error no es pérdida, es una ganancia de competencia. En la gran industria equivocarse es muy peligroso porque no te equivocas tú, sino toda la organización. La industria es artesanía organizada a gran escala, así que la artesanía es fundamental para ser libres, desinhibidos, sin miedo a intentar lo nuevo”.

en(ser)es es una muestra de lo que puede –y aun de lo que debe– hacer el diseño más allá –o más acá– de las rótulas artificiales, los marcapasos o las estrategias de uso universal del diseño inclusivo. Es decir, de cuál es su terreno de legitimidad más allá –o más acá– de lo imprescindible, pero a prudente distancia de la indigesta, irrelevante e insostenible papilla objetual que nos abruma. Exponerlos de forma conjunta es una invitación a percibir su diversidad individual más que un discurso que los envuelva artificiosamente como un halo. Pero sobre todo es la propuesta de un trato: rescatarlos de la melancolía que tiñe todo objeto con vocación de uso en tanto éste no se hace efectivo y completar su destino de arte aplicado, culminar su desaparición en nuestro paisaje cotidiano a cambio de que enriquezca nuestras rutinas subsumiéndose educadamente en ellas.