En realidad la situación es desesperada pero no grave

Así es como describía la situación mundial el camaleónico Otto al final de la trepidante y vertiginosa  comedia (¿o sería mejor decir bomba de relojería cinematográfica?) “Uno, dos, tres” de Billy Wilder; y así es como nosotros vemos la situación del diseño español.

¿Por qué desesperada? Porque esta es la sensación que tenemos muchísimas veces, no todas afortunadamente, los diseñadores al enfrentarnos a una industria, a un tejido productivo, a unos empresarios que siguen viendo en nuestro trabajo únicamente su componente cosmético, publicitario y mediático; seguimos intentando convencer a estos empresarios de que el diseño es o debería ser un valor, no añadido, como tantas veces, con más buena intención que criterio, se ha dicho, sino intrínseco a cualquier proceso productivo coherente que se precie y que entienda que se encuentra inmerso en una realidad global cambiante y compleja.

¿Y por qué no grave? Porque entendemos que el mundo es cada día más grande, las fronteras se han difuminado y nuestro trabajo puede encontrar su materialización más allá de los límites geográficos que nuestro entorno físico y económico más inmediato nos marcan; creemos sinceramente que España puede llegar a convertirse en un exportador de creatividad, originalidad y talento, y que los diseñadores españoles pueden llegar a dejar su huella en cualquier lugar donde se precisen soluciones certeras a preguntas complejas, precisamente como las que le hacía a Otto su futuro suegro.